17 abr 2012

Espejo

Salí de mi para encontrarme.
Cansada de bucear en la densidad de miles de idas y vueltas, enfrenté al espejo exigiéndole claridad. La imagen no pudo serlo más. Ahí estaba nuevamente la culpable de todo este embrollo, de los insomnios, de las sienes latentes atiborradas de pensamientos.
Esa mina a la cual puedo detestar de tanto y tanto pero de quien no puedo librarme. ¿O si?
¿Cómo seguiría mi vida sin tenerla adosada para siempre, sin sentir su hostigamiento a diario?

Hablé sin temor a escuchar su respuesta. Ya estaba por demás agotada de tanto verla ahí altiva, desafiante y egoísta.
Sin ruedos le dije que hiciera las valijas de una buena vez, que íbamos a estar mejor cada una por su lado, aprendiendo a extrañarnos. Elevó la ceja decorando un estudiado gesto sobrador y sin más desapareció de mi vista.
Ahora sólo veía los amarillos azulejos del baño y el toallón naranja todavía húmedo de la reciente ducha. ¿Sería posible esto o estaba en un estado de somnolencia producto de tantos días mal dormidos?

Sacudí la cabeza tres veces de izquierda a derecha, un par más de abajo hacia arriba. Todo estaba exactamente igual.
Comprendí que, de ser un sueño, este era demasiado extraño. Pensé en anotarlo para desmenuzarlo en mi próxima sesión de terapia con amigas.
No solamente no hallé con qué sino que, además, me pinche con un alfiler que había quedado clavado en el colchón tras haber cosido un botón la noche anterior.

Estoy en la cama me dije, es una buena noticia.
Salté hacia el baño, miré el toallón sin marcas de humedad y me aproximé lentamente al espejo. Atiné a cogotear unos centímetros pero no llegué a tener la certeza de su devolución. Por primera vez tuve algo de miedo. Como si aquel deseo se hubiera cumplido y no tuviera chance de ver cómo se seguía poblando mi cabeza de finos hilos blancos, el rostro mutaba de a poco en un ajado mapa y las venas de mis manos se tiñeran de un violáceo como el que mi abuela supo llevar en las suyas.

Resuelta, abordé la cuestión sin más y crucé con mi cara el primer panel del botiquín.

Volví sobre mis mismos pasos y lo hice nuevamente. Una última duda estalló: ¿Era realmente esa mina quien yo creía o la que le hice creer a los demás?

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