Ella iba pensando en mil cosas a la vez, como solia
hacer todas las mañanas que se sentaba tras el volante camino al laburo. Dinero
y familia eran los temas ganadores de la lotería de pensamientos en ese viaje.
De fondo se escuchaba a la Negra Vernacci puteando a
alguien. Cuando no pensaba en nada, la Negra podía lograr que la congestión
diaria de la autopista Ricchieri sea mas amena. Pero ese día, el insulto sólo
entraba de relleno.
Pasó la peor parte y entró en la zona rural. De esta
forma se evitaba un par de peajes y podía pisar un poco más el auto.
De setenta a ochenta. De ochenta a ciento diez.
Conocía cada centímetro de esa ruta, la había recorrido todos los días durante ya
seis años. Sabía donde estaba cada bache o desnivel y hasta cuando debía bajar
un poco la velocidad por radares que controlaban.
Lo que no sabía era que la noche anterior, el chofer
del 51 Ramal Temperley, había decidido pasarla de largo sin dormir. En
consecuencia, en uno de sus cabezazos, mordió la banquina estando a escasos
metros de su auto.
En un intento desesperado por no arremeter contra el
monstruo y sus cincuenta pasajeros, giró el volante hasta quedar a centímetros
de un árbol que amenazaba con comérsela en vida.
Lo único que logró sacarla del shock fue el
estruendo del colectivo revolcándose entre la maleza. Primera fila para ese
espectáculo de terror.
Apenas se detuvo el derrumbe, salió ejectada de su
auto para asistir a los pasajeros, aunque no tenía la menor idea sobre primeros
auxilios. Pero ya no se sentía vida en el aire. A pesar de estar cerca de la
ruta, sintió un silencio que en su vida había percibido. Un silencio
desgarrador.
Pasaron segundos que parecieron horas. Finalmente,
una señora que había frenado detrás de
ella, rompió el silencio con un grito que le penetró hasta los huesos.
Pasaron varios meses y hasta casi un año para que
ella se pueda recuperar de este episodio. La noticia la siguió por doquier y
estaba en boca de todos.
Pero como toda noticia, se fue viendo opacada por
otras más frescas. Cada tanto mencionaban el tema, pero ya era mas soportable.
Su vida siguió y también la vida de los que la
rodeaban. “Hay que moverse que sino te pisan” le recordaban constantemente.
Una mañana de invierno en otoño, su auto se declaró
en huelga. El frío que le congelaba las arterias también hacía estragos en los
motores.
Decidió que no iba a seguir luchando contra esa antigüedad.
Además lo último que quería era llegar tarde y tener que quedarse haciendo
horas extra. Buscó sus auriculares en la mochila y emprendió caminata hacia la
parada.
Terminaba el
programa de Pettinato para dar paso al próximo cuando vió acercarse el
colectivo. Cedió el paso a una señora que ocupó el ultimo asiento disponible. “Mala
suerte” pensó.
Durante sus años de estudiante, había desarrollado
una cierta habilidad para dormir de pie, por lo que se sostuvo del pasamano,
reposó la cabeza en su brazo y cerró los ojos.
No habían pasado mas de veinte minutos cuando se
despertó por una carcajada estrepitosa de la Negra que sonaba por los
auriculares.
Miró por la ventana y se alegró al saber que ya
habían pasado la peor parte y estaban entrando en la zona rural.
Alegría que le duró hasta sentir al bondi morder la
banquina.
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