24 abr 2012

Aprender a escuchar


  No en vano el cuerpo nos da señales.
  Nos negamos muchas veces a verlas, a percibirlas, minimizándolas.
  Algunas son sutiles, a veces, pequeños destellos. Otras son más severas y drásticas pero llegan cuando dejamos pasar a las primeras, indiferentes.

  Este packaging es un diseño perfecto que viene en distintos tamaños y formas. Hay quienes se empeñan deliberadamente en transformar el original, otros que se empecinan en arruinarlo con el correr del tiempo.

  Pocos gozan de lo que en fortuna les ha tocado. Y lo descuidan por lo general de diversas maneras. Negándolo, escondiéndolo, acobardándolo en esta pasarela absurda en que se ha convertido la calle.
  Castigándolo con sobrecargas, exigiendo cada vez más sus fibras para ganar la aprobación del jurado neurótico de la última fila del colectivo.
  Llenándolo de toxinas por décadas, traumándolo con certeros golpes a la autoestima también. Pretendiendo que es otro de los trajes que colgamos cuando llegamos entrada ya la noche.

 Cuando el envase presenta alguna avería, intentamos emparcharlo con lo primero que se nos venga en mente: Calmantes, antifebriles, hepatoprotectores, anticonvulsivos, todo lo que colabore a tapar lo que nos quiere contar con sus manifestaciones.
  Y las señales pasan de largo una vez más, pero él tiene rencor y memoria.

   Es un viejo conocedor de nuestras mañas y manías y un día levanta el pie del acelerador y se tira a la banquina sin prender balizas.
   Tarde nos anoticiamos de que emprendimos el viaje sin rueda de auxilio y con el tanque casi vacío. Todavía somos capaces de enojarnos porque de eso, claro, no podemos olvidarnos.
  De cuidarlo debidamente, de darle respiro, agua y comida necesarias, abrigo y aire como lo requiera sí.

Escuchemosnos.

No hay comentarios: