25 abr 2012

Pasatiempo


  Como en cuentagotas, los minutos pesan y se van amuchando de a sesenta rebautizándose en horas.
   Los contemplo en este ritual, imperturbable. O no tanto.

    Es que la quietud del cuerpo discrepa con la velocidad mental. Ahí, donde se pierde la noción de qué es lo actual, pasado y futuro. Un álbum donde los muertos danzan con los nonatos, donde uno es, fué y será.
   Todo es posible porque gobierna lo insensato: variantes a situaciones perimidas florecen nuevamente para atormentarnos en silencio.
   Aquello que dejamos atrás se nos pone por delante para azotarnos por enésima vez. El dolor nunca se da por vencido.
   Lo irremediable reencarna y toma forma para que recordemos eternamente. Y cuando creemos que estamos nuevamente en carrera, fortalecidos por las vivencias, llegan otras que nos transportan a viejas situaciones. E

   Esto ya lo pasé decimos, cerrándonos así la puerta. Qué es real y qué no. Lo que acontece en este momento se vuelve indescifrable por no poder distinguir entre cada una de las fotos que llueven como recuerdos mojados.
   Otro conjunto se reagrupa empujando al 25, recibiendo al 26.
   El lápiz y yo seguimos estimulando la catarata de palabras. Esas que suelen decir tan poco a veces. 

   Tengo una excusa, no hay testigos que la avalen pero lo mío fue en defensa propia. Sólo quería seguir con mi pasatiempo, asesinar este maldito reloj y a todos los números que habitan en él.

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