24 jul 2012

El que busca...

 Soñó con ella nuevamente.
 Ya no sabía realmente cuántas noches había estado entreverada en los cuentos que fabula el inconsciente en esas horas. Cada vez se iba acercando más, conforme pasaba cada una de ellas.
 Empezó siendo un contorno sutil, envuelta en finas sedas blancas que flotaban irreverentes por la brisa tenue que parecía atravesarla toda.
 La noche siguiente a su primer aparición, intentó encontrarla nuevamente. Claro estaba que se le iba a dificultar hacerlo.


 Volvió a aparecer una tarde calurosa de domingo. Allí, meciéndose en una hamaca paraguaya en la desolada galería de su casa de campo, comenzó a acercarse sigilosa.
 Pudo distinguir tu delgadez extrema en ese resplandor inexplicable que la vestía y hasta creyó ser invadido por su aroma en aquella ocasión.
 Muchas veces, ella solía quedarse observando sin hacer nada. Y el también entraba en ese juego de miradas sin ojos, esa dialéctica muda que los ataba en lo denso de la negrura del cuarto.


 Durante el día la traía a la mente intentando descifrar si era alguna de las mujeres que conocía o había conocido. Recordó una antigua novia descendiente de alemanes, otra rubia de la cual no conocía filiación pero de la que sí podía dar fe de su extrema palidez.
 Pero ninguna era tan alta como ella y carecían todas de su gracia en el andar. Podría jurar que flotaba y no se hundiría luego en los avernos.


 Manejaba en la madrugada. Presuroso porque el negro cielo amenazaba con escupir aquellas bolas de hielo que, inefables, convertían a los coches en coladores con ruedas. El destellar amarillo de los semáforos hacía que la imprudencia estuviera dentro de cierto marco legal, aunque a esas alturas llevara el auto a unos 100 km por hora por la desolada avenida.
 Comenzó a gotear grueso y el pie derecho se tentó a hundir el pedal aún más. Las noticias daban cuenta de que granizaba a unos escasos kilómetros y que era inminente que lo mismo ocurriera en la ciudad.


 Salió de la nada, cruzando la esquina sin detenerse y enfiló resuelta hacia el. Como si quisiera haberlo encontrado desde aquella noche en que la vió danzando en el horizonte, toda su belleza envuelta en el blanco halo.
 "Debo decirte ahora, cara a cara, que no te han hecho honra quienes te dibujaron de negro cargando una pesada hoz en tus hombros." Dijo y luego se elevó.

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