4 mar 2013

Divina Especie.

  Tengo la certeza de que varios de mis contemporáneos hubieran deseado que el ser humano evolucione de otra manera. Que además del pulgar oponible que le permite recoger lo necesario de cada lugar recorrido, debería haber podido dejar allí su piel,como lo hacen las serpientes.

  De esta manera hubiera perdido los estigmas de sus recuerdos y seguiría su camino de manera renovada. Pero está destinado a agrietarse por el inevitable avance del tiempo. A que cada gesto se multiplique y se le vayan adhiriendo a su coraza como enredaderas que se apoderan de la fachada. Y busca infructuosamente librarse de ellas. 
  Así como las baldosas se van transformando en olas movidas al entero antojo de las raíces de los árboles, el hombre resulta alterado por los cimbronazos de la vida.
  Esto no es apreciable con un simple vistazo y, sin embargo, parece que le resulta primordial el ocultarlo.

  Vemos así un universo de fantasmas que deambula por las calles esperando o desesperando, según como se los catalogue, por cosas triviales.

  Eso sí, cada vez mejor conservados por fuera aunque más consumidos por dentro. Porque los avances de la química y la medicina han sido más rápidos y fáciles de obtener que los cambios que esencialmente precisa.
   Debe ser por esto que prefiere continuar mirándose en espejos antes que indagando en su interior.

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